El vencejo Fortunato
-¡ Fortunatoooooo…,
Volemos hacia lo altoooooo…!
No te pares, acelera,
Que te gano la carreraaaaaa…
-¡Nicolaaaaaas…
Mira bien por donde vaaaaaas…!
No derrapes de repente
Y te des contra un salienteeeeee…
Es una mañana de junio, azul, azul, sin una nube. Los
trigales empiezan a amarillear. El campo todavía está muy verde y la dehesa.
Dehesa y campo moteados de mil florecillas, competidoras en el festival de la
hermosura que, por estas fechas celebra la naturaleza: campanillas, lirios,
violetas, Kirieleysones…La parda carretera aparece bordeada, como la cinta de
una novia, de margaritas lozanísimas y silvestres rosales en flor.
-Fortunatoooooo
Mira, el pueblo está allá abajooooo.
-Y qué pequeño pareceeeeeee…
-¿Tú ves a algún
conocido?
-Sí Nicolás, veo a muchoooooos:
veo a Manuel y a Pedrito,
a Mariano y a Carlitoooooos…
- Pues yo estoy viendo a Marcelo,
a Genaro y a Isabel;
veo a la tía María,
a Gregorio y Juan Manuel.
Por allí va la Engracita
Y por allí José Juan.
Veo a Luis de la Matilde
Que viene de comprar paaaaaan…
Las chicharras aún no han comenzado su concierto. En la
ladera hay un ganado quieto, como pintado. El pueblo empieza a despertar y sus
gentes inician sus tareas, despojándose del sueño pausadamente como de un
segundo pijama. Hace un rato se oyeron las campanas de la iglesia, los tres
toques y las campanadas. Mucho antes sonó “el cuerno de las cabras”. A su
convocatoria respondieron los vecinos sacando a la plaza sus cabrillas para que
el cabrero las recogiera nombre a nombre.
-¡Fortunatoooooo…!
-¿Quéeeeee…?
-Yo quiero volar
más bajoooooo…
-Nicolaaaaaas…
-¿Quéeeeee…?
-Mira bien, no te la deeeeees…
Fortunato y Nicolás son dos vencejos adolescentes. Hace
unos días que dejaron el nido de repente, sin pensárselo dos veces y, desde
entonces no han parado de volar: arriba, abajo, acelerando, frenando, pero nunca
parando. No han parado ni para dormir. Y
no piensan parar hasta que se echen novia. Los “oncetes” –así llaman en mi
pueblo a los vencejos- es sabido que no paran de volar nunca. Sólo se posan en
la época de hacer el nido y criar a sus polluelos. Los papás de Nicolás y
Fortunato hicieron su nido en una hendidura
allá por “las riscas de la
Muela”, no lejos del pueblo, y, desde que los dos jovenzuelos
empezaron a volar, cada día nos visitan, tejiendo una velocísima tela sobre
nuestras cabezas. Siempre contagiando la alegría de vivir, reestrenando su
energía cada mañana y, disfrutando de las bandadas de los mosquitos que ensombrecen
cielo azul purísimo.
-Fortunatoooooo…
Veo a Alejandro que va a tocar las campanaaaaaas…
Y a Fernando, que está tocando el cuerno de las
cabraaaaaas…
-Mira, mira, Nicoláaaaaas,
Un agujero sin luz,
Voy a meterme y…
¡!PLAF!!
¡Qué piña se ha metido Fortunato! ¡Y qué susto! Cuando ha
abierto los ojos, después del primer
aturdimiento, apenas puede ver nada alrededor: está todo oscuro, se encuentra
en el suelo y con un fuerte dolor de cabeza.
-¿Y ahora? ¿Dónde estoy? No podré salir de aquí. Veo un
poco de luz por un agujero, pero no
podré ponerme a volar, no tengo fuerzas ¡Uf!, el corazón me va a mil. ¡Vaya
susto! ¿Y Nicolas? ¡Nicolaaaaaas…!
Los “oncetes” en efecto, no pueden levantar el vuelo
desde el suelo. Son tan largas las alas en proporción con su cuerpo y tan
débiles sus patas de no usarlas apenas nunca, que no tienen fuerza para el
primer impulso que necesitan para empezar a volar. Por eso cuando fabrican sus
nidos, lo hacen siempre en los aleros de los tejados o en las rendijas de las
peñas altas para, desde allí, dejarse caer en el vacío y emprender el vuelo
batiendo las alas.
-¡Fortunatoooooo…!
Es Nicolás que lo
ha visto todo y no para de pasar por delante del ventanuco. En lo más alto de
la fachada del Ayuntamiento y debajo de la esfera del viejo reloj, hay un
ventanuco y es por allí por donde se ha colado Fortunato imprudentemente.
Nicolás ha oído incluso el golpetazo que Fortunato se ha dado allá dentro en la
oscuridad y sabe que lo tiene muy difícil para salir.
-¡Fortunatoooooo…!
Una y otra vez pasa por delante con el corazón en un
puño, llamando a Fortunato, pero éste no contesta. Quizá no le oye. Quizá no
puede oírle. Quizá…
No. No lo oye y está desesperado. El pobre fortunato
intenta acercarse a la luz, pero es inútil. Cada vez que salta en su intento de
aproximación, se golpea contra la pared. Está en un rincón y de él no sabe
salir. Cuando ya está a punto de llorar y de gritar desesperadamente…unas
pisadas rítmicas se oyen cada vez más cerca. Un
nuevo sobresalto. Alguien se aproxima. ¿Quién será? Toc, toc. Toc. Quien
sea, ha terminado de subir las escaleras y ahora se acerca por el carcomido
piso de madera. De pronto…!clik!, una luz se ha encendido...
Victorino, el paciente y bonachón secretario de toda la
vida, estando en su despacho, se ha acordado de repente de que hoy ha de subir
a dar cuerda al reloj del pueblo y allá que se encamina. Cada vez que sube, lo
hace lentamente, enciende la luz, coge la manivela y se dirige a la vieja
maquinaria para reanimar su corazón durante unos días. Mientras hace girar
pausadamente los quejumbrosos engranajes, observa cómo suben las pesas
chirriando y cómo protestan las ruedas cual viejas carracas. Después engrasa levemente algunos puntos y
limpia con un trapo, pringado de mil usos, los restos de aceite y el polvo
acumulado. Ya está. Por unos días, ya está listo. No entiende el
funcionamiento, pero le gusta.
Pero hoy, y ya con
la manivela en la mano, ha querido oír un grito ahogado, emitido en un rincón.
Se ha acercado lentamente y lo ha visto.
-¡Un oncete! Otro más. No aprenderéis. Ven, deja que te
coja, no te vayas, hombre. No eres el primero, perillán. ¿No sabes salir, eh?
No puedes volar…Bueno, vamos, escolapio, no te apures…
Victorino tampoco sabe por qué, pero siempre llama
“perillán” y “escolapio” a todos los niños y a todos los animales: “estás hecho
un escolapio…, perillán…” Pero, con cuidado, con mimo, con amor, ha
cogido a Fortunato y, mientras le acaricia la cabeza y le tranquiliza, se ha
acercado a la ventana y le lanza jubiloso con ambas manos al azul intenso.
-Anda, perillán, a volar, que te esperan los tuyos.
Disfruta y ten cuidado. Que no te vuelva a pasar, que nunca se sabe con quien
puedes encontrarte…
Pero Victorino ya no será testigo del inenarrable y
conmovedor reencuentro entre los dos…”escolapios”.
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