Esperanza

Afinar el oído

–huésped el alma-

al batir de las alas

con la rama en el pico, la paloma.

 

Con los ojos abiertos

–huésped el alma-

asomarse al balcón los pies desnudos

y otear el sendero.

 

Preparar el olfato

–huésped el alma-

al perfume sutil y delicado

en la rosa de abril.

 

Acariciar las manos,

–huésped el alma-

los brotes del almendro,

mientras la golondrina emprende el vuelo.

 

Y acomodar los labios

–huésped el alma-

a tus labios dulcísimos

y florecer de besos nuestras vidas.

Félix

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Sólo era un nauta

Desde el principio todos los poetas han sido sus amantes. Por eso, cuando Armstrong la abandonó, no derramó la luna ni una lágrima.

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Yo soy y me sé

Yo soy y me sé; tú eres y te sabes;

él… etcétera.

¡Ser y Saberse!

No acabo de entenderlo, tan grande  es el misterio:

todos y cada uno, los miles de millones

de seres racionales

que son serán y fueron diferentes y únicos,

¡sabiéndose!

 

Yo me sé y tú te sabes,

pero ni yo soy tú, ni tú eres yo.

Yo me sé sólo a mí, yo no te sé;

Y sólo tú te sabes, no me sabes.

Tener uno conciencia de uno mismo,

y comprender que todos

asimismo la tienen.

 

Creo que aquí se arraiga la raíz

y se hace adulta mi razón.

A través del misterio,

conjugando en presente el verbo ser

quizá sea el camino de entender

que hay Alguien por encima

que nos hizo sabernos.

Félix

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 Veo, veo

-Veo, veo.

-¿Qué ves?

-Unos ojos negros

que me miran bien.

 

-Veo, veo.

´-¿Qué ves?

-Una cosita

que empieza por be.

 

-Bbb…brazo.

-No es.

-Bbb..belleza.

-Tal vez.

-Me rindo.

-Boquita

y beso después.

 

Me besen tus labios

que yo perderé.

Y cuando yo gane

me besen también.

Félix

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Bautismo

La mosca que picaba, naufragó en el tintero,

le echó una mano el cuervo, y al salir,

trazó rastros negruzcos

sobre la superficie del pupitre

de aquel niño cruel.

Todos los arquitectos tomaron nota.

El cuervo que graznaba

se puso la escafandra , descendió

hasta el fondo en la alberca de leche condensada

y allí se la quitó por un momento:

quería blanquearse.

Cuentan que cien pilluelos también tomaron nota

y el niño se rió.

Aquel niño cruel le arrancó un ala

a la abeja afanosa.

Y la abeja enterró

su aguijón en la anciana hilandera.

Se confesó ante el Nuncio, pero ya era muy tarde.

Es el Nuncio Apostólico,

quien lava los pecados desde entonces

con agua de neveros.

Félix

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