dimecres, 28 de novembre del 2018


Romance del hijo albino
(gótico)

Una madrugada helada
de caballos y de estrellas,
Inés llegaba a su piso
y se metió en la bañera.
Sin saber bien lo que hacía
allí se cortó las venas
y bajo el chorro caliente
abandonó sus muñecas
para que le acariciara
sus heriditas abiertas.

Cuando Aureliano la vio,
entonó canciones tiernas,
mientras le iba clavando
alfileres y banderas
para bajar en slalom
por toda su cordillera.
Con cuchillas de afeitar
rebanó la nieve muerta
y modeló un niño albino,
hijo de la noche negra,
que en el vientre de Inés puso
junto al pecho de la izquierda
para que fuera chupando
del frío pezón de arena,
mientras quitaba el tapón
del desagüe en la bañera.

Félix

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divendres, 23 de novembre del 2018


Cuando tú regresaste ya no estaba

Cuando tú regresaste ya no estaba
cansado de esperar me había ido
de soledad estaba consumido
y la ausencia de ti me acongojaba.

Tan grande era el amor con que te amaba
que el celo me tenía confundido:
el camino que habías emprendido
no llegué a comprender que te alejaba.

Hoy tú vienes a mí, pero ya es tarde:
el fuego se apagó, sólo ceniza
queda en mi corazón, frío de ausencia:

miro dentro de mí y ya no arde
la hoguera del amor; todo agoniza
mas sin  odio y rencor, sin violencia.

Félix

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diumenge, 18 de novembre del 2018


Después te lo digo

Sentado junto a ti como que escribo,
mas te estoy observando y otra vez
sin aviso,
unas incontrolables ganas de abrazarte
me han sobrevenido.

Arrebatado en el amor me encuentro,
flotando en el tornado
y no sé por qué esta ola repentina, irracional…
Cuando deviene espuma, la razón
me susurra:
¡no sabes bien la suerte que tuvisteis!

Después te lo diré, ahora estás a lo tuyo
y no te enteras,
el dichoso sudoku no te sale.
Más tarde,  con un beso en los labios
-m¡ amor, amor, tuvimos mucha suerte!-
te diré despacito.

Que este ovillo cálido y tan blando
no quiero, mujer, gustarlo solo.
Como otras veces,
será para los dos. Sólo que a mí
hace un ratico ya
que me esponjó este gozo.

Félix

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dilluns, 12 de novembre del 2018


Mi oruga negra

Quizá lleve en los ojos, ¿quién lo sabe?
el huevo de la larva, negra larva,
envuelta en su envoltorio.
Y escudriñen mis ojos invidentes
en el magma los suyos no cuajados
por si enhebro el misterio de la muerte.

Quizá sea en la oreja, ¿quién lo sabe?
donde el huevito negro se me aloje
portador de la larva,
para que cuando nazca negra oruga
pueda certificar que no oigo nada
ni siquiera el plañir más plañidero.

Puede que en la nariz el huevo venga
y se incube al calor del vientecillo
de mi respiración.
La oruga olerá la podredumbre
y desde el balcón de mis bigotes
dirá que ya no huelo ni respiro.

Quizá sea en la boca, ¿quién lo sabe?
de una muela en su caries donde anide
la larva de la oruga.
Se arrastrará golosa hasta mis labios
para morderlos amorosamente
mientras yo destemplado quedo mudo.

O puede que en las manos, ¿tú lo sabes?
en sus pliegues y rayas de la vida
porte el huevo fatal.
Y recorra la oruga lentamente
mis encerados dedos uno a uno
huesudos e insensibles, fríos, yertos.

Por uno de los cinco tú vendrás
o puede que a la vez vengas por todos
mis sentidos externos.
No te temo, oruguita, esperaré,
atildado y apuesto como un novio,
a que llegues de novia ataviada.

Félix

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dimarts, 6 de novembre del 2018


El velo es el pecado

Tras el velo sutil, cendal concupiscente,
el rostro perfilado,
los labios como espadas,
los ojos soñadores, entornados.

La dulzura del cuello para el beso,
para el abrazo el brazo delicado.

El seno adolescente
prefigurando el cuenco de la mano.

Baja la luz cernida
sobre el hombro entregado,
la curva febril de la cadera
y el centro de la vida, hoyuelo exacto.

Queda ofrecido el vientre para el vientre,
el muslo para el muslo insinuado,
el pubis, tras el velo…
Y el velo es el pecado.

Quita el cendal, que es la concupiscencia.
Sin el tul del recato,
tendrá lugar al fin el fuego místico,
el umbral de la carne traspasado.

Félix

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dijous, 1 de novembre del 2018


Recojo la tienda que planté en tus ojos

Recojo la tienda que planté en tus ojos
pues veo que van
los monjes mojando
un trozo de pan
en el chocolate que traban tus pechos
con la sangre tibia.

Ignorando al triste, subo a la joroba
del camello manso
y me alejo ufano a enterrar envidias
en las dunas grises.

Sombrero y paraguas,
que llueven puñales.
Me pongo los guantes;
sobre el barro oscuro de las sepulturas
copulan batracios,
mientras que en las cuencas de las calaveras
paren las serpientes.

Me hinco de rodillas
y te ofrezco,
Eva,
manzanas silvestres.
Cuelgo el alma detrás de un suspiro
y me empino,
triste,
sobre la joroba
antes del veneno.

Félix

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