dilluns, 12 de novembre del 2018


Mi oruga negra

Quizá lleve en los ojos, ¿quién lo sabe?
el huevo de la larva, negra larva,
envuelta en su envoltorio.
Y escudriñen mis ojos invidentes
en el magma los suyos no cuajados
por si enhebro el misterio de la muerte.

Quizá sea en la oreja, ¿quién lo sabe?
donde el huevito negro se me aloje
portador de la larva,
para que cuando nazca negra oruga
pueda certificar que no oigo nada
ni siquiera el plañir más plañidero.

Puede que en la nariz el huevo venga
y se incube al calor del vientecillo
de mi respiración.
La oruga olerá la podredumbre
y desde el balcón de mis bigotes
dirá que ya no huelo ni respiro.

Quizá sea en la boca, ¿quién lo sabe?
de una muela en su caries donde anide
la larva de la oruga.
Se arrastrará golosa hasta mis labios
para morderlos amorosamente
mientras yo destemplado quedo mudo.

O puede que en las manos, ¿tú lo sabes?
en sus pliegues y rayas de la vida
porte el huevo fatal.
Y recorra la oruga lentamente
mis encerados dedos uno a uno
huesudos e insensibles, fríos, yertos.

Por uno de los cinco tú vendrás
o puede que a la vez vengas por todos
mis sentidos externos.
No te temo, oruguita, esperaré,
atildado y apuesto como un novio,
a que llegues de novia ataviada.

Félix

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