dissabte, 29 de setembre del 2018

Autobío

Cuando la nevadona y hacía mucho frío;
yo el primero de tres
y quizá en el bautizo llovieron cañamones.
Apenas papa y mama, y a la escuela:
la falda de mi madre no la suelto,
pequeño, ven aquí , lloro y pateo,
la eme con la a, y llevo una.
Echaremos a pies, balón de cuero,
tres navíos, el marro y tú la llevas.
De los tres a los diez
voy del monaguillo a la Angelita,
la de las pataditas cariñosas
debajo de la mesa del maestro.
Y después, la ciudad:
“para que seas algo el día de mañana.”
Clases, libros, exámenes, muchachas,
el vello en el bigote, el cigarrillo,
los colegas, el cine, el futbolín,
y las gafas de sol, cuánto “molaban…”
Qué será de mi vida, qué será,
¿por dónde andas, por cierto, Feliciano?
La duda toma un tiempo pero al fin
la idea de enseñar me posesiona.
Recibo unos alumnos recién “profe”,
me enseñan más que enseño;
también a ser mayor y responsable;
todavía sus nombres los tengo aquí guardados
y al decirlo, me toco el corazón.
Celebro el primer sueldo
y estreno un cochecito que me cuesta
un rosario de plazos
y que a poquitos pago.
Dedicación, trabajo apasionado,
vacaciones y amigos. Pasa el tiempo,
un camping y aparece
aquella larguirucha. Desde entonces
trabajos, penas, risas, pero juntos.
Desde entonces a hoy
se me fueron mis padres allá arriba
y de allá me vinieron
un hijo y una hija.
Agradezco a la vida todo cuanto me ha dado,
pero a ti te agradezco, larguirucha
el amor que me diste
y los años pasados junto a ti.
Yo ya llegué a la gloria,

esta gloria bendita de tenernos.

Félix

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