Por el camino de las amapolas
Dolida y angustiada, María no puede más, y,
en medio de la sala, se desarticula. Todos los tonillos han rodado por el
suelo. Las piernas han quedado colgando del sofá; los brazos, en cruz, junto a
la lámpara: hasta un rincón ha llegado la cabeza de María, empujada por esa
máquina redonda, infernal y automática que aspira el polvo.
Cuando Evaristo llega y ve a María, la
barre y la mete en una bolsa de basura. Después sale a la calle, y, en el campo
florido, hace una llamada de teléfono. Espera fumando un cigarrillo. Al rato,
viene Elvira por el sendero de amapolas, vestida de novia, andando con
dificultad y con una sonrisa leve e impostada: ella sabe que ya se le están
aflojando lo tornillos.
Félix
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