FATY
Esta mañana Faty me ha sorprendido con un “miaaaau” quejumbroso y
arrastrado como nunca. Un “miaaaau” apenas perceptible, con sordina, pero sin
duda, un Miaaaau” dolorido y lastimero, emitido en tono menor.
-¡Ya está bien, Faty! ¿Qué te pasa?- le he respondido en voz alta, como
primera reacción- Eres un gato mimoso y la culpa la tengo yo por consentirte
demasiado.
Porque Faty es un gatito blanco, con el rabo negro y un manchilla gris en
la cabeza. Bueno, un gatito, exactamente no. Más bien, Faty es un gatazo: pesa
ocho quilos y tiene ocho años.
Ocho años en la vida de un gato equivalen más o menos a sesenta años en la
vida de un hombre. Para que quede claro pues: Faty es un gatazo que empieza a
estar nostálgico porque barrunta la edad de la jubilación y no acaba de asumir
su nueva situación, inicialmente achacosa y presumiblemente reumática.
Pero…es “mi gatito”. Como cuando nos conocimos y confluimos para siempre en
la existencia. Era entonces un gatito bebé de apenas siete días, de ojitos
legañosos y patitas traseras ten renqueantes
que no se mantenía en pie. Y tan famélico, tan delgadito, que lo bauticé
como “Faty” por puro y cruel recochineo.
¡Cómo se aplicó entonces al biberón! Como un niño glotón, chupaba sin
acordarse de respirar, atragantándose a veces. Después de cada susto,
estornudaba, salpicándonos con un siimiri de leche en gotitas.
Cuántas posturas, escherzos, juegos, travesuras, caricias y mimos… hasta
hoy.
-“Miaaaau”
Su queja de esta mañana me ha sorprendido en la cocina. Estaba yo lavando
los platos y él sentadito en el pasillo, mirándome a través de la puerta
entreabierta. Fue entonces cuando, sin pensar, le hice el reproche de que
estaba mimado en exceso.
Sólo una vez más se quejó para decirme:
-No me comprendes y deberías comprenderme. Tú que tienes la misma edad que
yo y, por lo que veo, mis mismas necesidades, parece mentira que me reprendas
de esa manera y tengas para ti mismo tanta benevolencia y compasión. Que sepas
que no lo es todo tener el plato lleno a todas horas y limpio el cuarto de
aseo. Yo también necesito sentirme acompañado y subir a tu regazo de vez en
cuando. Necesito caricias con frecuencia y que “pierdas” un ratito de tu
sagrado tiempo para jugar conmigo. Y… también me gustaría que cuando me ponga a
dormir como un ovillo en tu sillón preferido, no me apartes para sentarte tú.
Ah, y me repatea que, a voz en grito y haciendo mil aspavientos, te quejes de
que te quedan llenos los pantalones de mis pelos blancos…Que yo oigo y…, bueno,
podría decirte que es porque no me pasas el cepillo todo lo que necesito y a mí
me gusta. Ya sé que todo esto lo haces, pero cada vez con menos frecuencia.
Parece como si de tanto convivir, te fueras olvidando de que yo también existo
y siempre estoy aquí.
Todo esto me dijo en su último “miaaaaau!. Y las últimas frases con
bastante “rintintín”.
Me he vuelto y le he mirado, he dejado los platos, me he secado las manos
con el delantal me he acercado hasta él y, poniéndome en cuclillas, le he
acariciado la cabeza, acertando a balbucir: “lo siento, compañero”.
Félix
Imagen:https://www.blogger.com/