Marta
Tras los cristales sólo tenía ojos pare ella. Dos batas blancas trajinaban
entre sus piernas mientras se dolía. Al fin, una de las batas me acercó, cogido
de los pies, un cuerpecito rosado y manchado de sangre para que lo viera desde el otro lado. Le dio un azote en la nalga y mi hija
empezó a llorar.
Félix
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