Restos de hidalguía
-Muchachos, paremos de jugar al “pique pala”, que pasa el
tío Bosques.
Interrumpíamos el juego y quedábamos parados, respetuosos
y serios como si se tratara del paso del Viático.
Con una pluma en la cinta de su sombrero y con su bastón
de empuñadura de marfil, pasaba el tío Bosques, despacito, sin mirarnos, como
quijote enajenado. Llevaba un dije de oro en el bolsillo del chaleco y acaso
una nostalgia de nobleza antigua en el bolsillo del espíritu.
Yo miraba con incredulidad al hombrecillo misterioso, con
su traje negro y sus zapatos negros. Pequeño, flaco y fuera del tiempo porque
nadie sabía calcularle la edad; a pasitos pasaba, recto como una vara.
-Sigamos, ya pasó –decía el líder de la muchachada.
Y yo volvía al juego poco a poco, con el alma recogida, como si hubiera asistido a un acto religioso.
Félix
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