Los ojos de Clemente.
Para lo que hay que ver, dijo Clemente, mejor es estar
ciego.
Sus ojos se enfadaron tanto, tanto que dejaron sus
cuencas y saltaron, echándose a rodar sueños abajo, mientras dormía el dueño
insolidario.
En el fondo del valle, junto al río, la joven gallineta, los
encontró redondos y los llevó, con corazón de madre, presurosa, a ocultar entre
juncos, con el ánimo de colocarse encima y empollarlos, ignorando la ingenua que eran hueros los ojos
de Clemente.
Félix
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