De
la alta montaña,
de su
nevero eterno
baja
el riachuelo siseando.
La
pradera
aparece
moteada
de impares
margaritas
para
que la muchacha adolescente
empiece
por un ‘sí’.
El trigo
ya verdea,
Míralo
salpicado de ababoles
como
incendios chiquitos
que
el sol ha provocado.
Ya volvió
la cigüeña,
y al
balcón del poeta
la
oscura golondrina,
El gorrión
anida en el alero,
mientras
que los vencejos
tejen
en el azul su sinfonía.
Liba
afanosa la abeja en el rosal,
mientras
la lagartija toma el sol
rumiando
evoluciones.
Las
ranas de la charca,
jaraneras,
croan por la noche,
mientas
la luna
se mira complacida en el espejo.
Félix
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