A
los pies de la cruz, junto a María,
tu
amantísima madre, compungido,
veo tu
dulce cuerpo malherido
y el
último estertor de tu agonía.
Perdóname,
Señor, por causa mía,
por mi
culpa y pecado, por mi olvido,
el flagelo
y tormento que has sufrido,
no
era a ti, sólo a mí correspondía.
La
herida lacerante del costado.
la corona
de espino en la cabeza,
las
llagas de tus pies y de tus manos
son
el precio sangrante que has pagado
por darme
la esperanza y la certeza
de salvar a los hombres, mis hermanos.
félix
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