Visita nocturna
Masco las nueces verdes y el tabaco de pipa me despierta. Tímida mujercilla, el sueño en calzoncillos se me huye.
Bajo descalzo siguiendo el rubio olor. Los engranajes, dientes de la rueda,
escalo y descalzo, con los pies muy ahumados, por la pared de cal.
Alguien sin mi permiso se ha instalado esta noche en el alma que habito
llenándola de huevos empollados.
La terrible tormenta les cogió en descampado y, al parecer, entraron sin
llamar a las orugas vírgenes.
Revuelto encuentro el escritorio y copas en la mesa con restos de alcohol.
Sospecho que eran ciegos los que se refugiaron.
No sé cómo llegaron al libro de visitas, pero escribieron frascos en
lenguaje de braille con tampón ilegible.
Tan abiertas dejaron las puertas al marchar que, ¡ala! el viento acarreó
todas las hojas, las de plátano rugosas y amarillas hasta el mismo sofá y un
cardo seco y gris vino riendo.
Algo comía, subida en una silla, la descarada ardilla, preñadita de griegos
y de rabos peludos.
Siete si conté bien las urracas de Asís joven Francisco picoteaban las
migas y las uñas pintadas.
Adicta y comprensiva es el alma que tengo. No me sentó muy mal, pero
pensando en ella –los años no perdonan- del dintel de los sueños colgué este
cartelón:
“Por favor, al salir, entórnenme la puerta.”
Félix
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